by Armand Gatti
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09 Mar, 2025
La vida imaginaria… es una obra teatral compleja, no tanto por la historia en sí, sino por la puesta en escena, en la que el escenario se divide en distintos espacios o rincones, cada uno correspondiente a un lugar o un momento determinados.
El protagonista, Auguste C., aparece representado a diferentes edades, incluyendo un Auguste atemporal, que es su expresión menos comprometida con los afanes del día. Las situaciones y hechos se van presentando intercaladas, saltando hacia atrás y hacia adelante en el tiempo, generando una situación de simultaneidad, como una vista desde una mirada transversal.
El protagonista se encuentra entre los trabajadores pobres de París en la década del ‘30, comprometido en la lucha gremial que apunta a una rebelión general, a una Revolución.
Y al mismo tiempo se van presentando situaciones de su vida personal: su romance juvenil con Pauline, la que después se iría del barrio; su matrimonio con Laurence y el nacimiento de su hijo Christian; situaciones de cierta rivalidad respecto a Pauline, con el Señor Jackie, quien quiere captarla como prostituta, y con Roger Estrimot, su gran amigo desde la infancia, quien siempre estuvo enamorado de ella, pero se ha contenido mucho tiempo por respeto a su amistad; y también en torno a Laurence, codiciada por muchos hombres, en particular por su amigo Gamache, y en torno a la cual se tejen muchos rumores. También los diálogos entre Auguste G., la monja que lo atiende por sus heridas en la lucha, y Perds-Nous, el inspector de policía a cargo de su vigilancia, en la que se entiende que las conductas de cada cual dependerá del lugar y situación económica en que la tocado nacer y vivir.
Y su enfrentamiento con el Barón Blanco, director de la empresa en la que trabaja, y con los agentes de la CRS, encargados de reprimir las manifestaciones y barricadas; mientras la coordinación de las acciones gremiales y revolucionarias se ve constantemente comprometida por desavenencias entre los militantes, actitudes de cobardía, pereza, desánimo o de furor violento.
En algún momento Auguste G., los llega a increpar, recordando el momento de un logro gremial:
“...la única persona que he conocido con los cojones bien puestos es el Barón. El día que firmé los acuerdos con el pulgar, había en sus ojos admiración por el iletrado que lo había hecho fracasar, a él, al gran patrón.”
Una muy buena obra, en la que el autor expresa claramente su vocación revolucionaria, sin que ello le impida mostrar los claroscuros de las acciones, vinculados a la diversidad de las personas que la protagonizan, rompiendo la simplificación con la suele presentarse el concepto de lucha de clases.
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