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10 May, 2025
Réquiem para el Siglo XIX
Los siglos, por definición, duran cien años. Aunque lo que se denomina el espíritu del siglo, en ocasiones puede no respetar esos límites. Así, el pasa con el Siglo XIX caracterizado por la aparición del concepto de los derechos del hombre, de la libertad, de la modernización y la razón, de la cultura victoriana, del explosivo desarrollo de la ciencia y la tecnología, al que muchos historiadores datan su inicio con la Revolución Francesa, y su fin con el inicio de Gran Guerra Europea (WW I), que cambiaría los mapas y la configuración de los países europeos; algunos lo ubican en el hundimiento del Titanic, el fin de la ilusión de la omnipotencia de la ciencia y la tecnología.
Y en ese sentido, esta novela, ubicada en el año 1913, asiste a la agonía del siglo. Y lo hace a través del estudiante polaco Miecyslaw Wojnicz que se traslada de su hogar en Leópolis (actual Lviv, Ucrania) a una posada para caballeros en alto valle de Görbersford, donde se encuentra el mejor sanatorio para el tratamiento para la tuberculosis que padece. Y va haciendo una excelente ambientación de época, a través de las conversaciones y conductas de los hombres que se albergan en la época, caracterizado por la discusión de ideas, la historia, la herencia de la cultura griega.
"...todos nosotros alcanzamos el techo de nuestras posibilidades y a partir de ese momento dejamos de desarrollarnos. En eso consiste la vejez, en la incapacidad de cambiar. Nos detenemos en nuestro camino. A algunos les sucede a mitad de la vida, a otros, en cuanto acaban los estudios. Los hay también, aunque son casos contados, que siguen desarrollándose hasta muy avanzada edad, de hecho, hasta la muerte."
Y en forma notable, las charlas sobre las mujeres, que son consideradas casi como una especie diferente, y en la que ubican todos los aspectos considerados negativos según el espíritu del tiempo, con mofas a las sufragistas, e incluyendo extrañas teorías en torno a la histeria producida por el útero migrante. Y aunque no enarbola ninguna consigna feminista, pone claramente en evidencia la hegemonía masculina y la visión denigrante de la mujer en la Europa de ese tiempo. Tiempos de los hombres, de los caballeros, incluyendo la posada; hombres entre los cuales Wojnicz se sentía más un observador que un participante, tal vez por su juventud, incapaz de comprender el sentido de muchas afirmaciones.
“Se llamaban tuntschi, ese era el nombre que le daban, y Opitz, para suavizar un poco lo que acababa de decir, añadió que esas cosas se hacían en todas partes donde hay hombres. Porque los hombres tienen que desfogarse y no pueden esperar, ya que de lo contrario, enferman y se vuelven peligrosos. El deseo carnal masculino tiene que satisfacerse sin demora, sino el mundo se sumiría en el caos.
Mieczyslaw (Wojnicz) estuvo pensando en todo aquello mientras se cambiaba para la cena. ¿Había sentido él aquel deseo carnal del que hablaba Opitz? ¿Había experimentado alguna vez algo tan poderoso?”
Los cuadros de Herri met de Bles, que tanto admira Thilo, el amigo y vecino de habitación de Wojnicz, permiten ver imágenes que de alguna manera muestran aspectos inquietantes de la naturaleza, y de alguna manera anticipan algunos giros que tendrá la historia.
“Y cuando la atención del observador había sido completamente adormecida , surgía del cuadro una imagen nueva, los viejos contornos empezaban a conformar algo del todo distinto, que antes parecía no estar ahí, pero que sin duda tenía que haber estado, puesto que Wojnicz lo estaba viendo en ese momento. Gritó asustado.”
Pero por debajo del pavimento y por fuera de las murallas, nunca dejaron de existir las enormes fuerzas de la naturaleza, que exceden el ordenado marco en se la quiso encerrar a través del paisajismo cultural. Y a través de las grietas de una construcción que se empieza a desmoronar, van apareciendo los elementos del inconsciente, las supersticiones, la pulsión sexual, los terrores del bosque (tradicionalmente el lugar del terror entre los europeos), y los aspectos considerados más bestiales del ser humano, en una escalada a la que Mieczyslaw Wojnicz asistirá sin comprender, y que conduce a un final excelente.
La obra tomó muchos elementos de La montaña mágica, a la que homenajea, agregándole elementos y una visión en perspectiva que Thomas Mann, un hijo del siglo, no podía considerar en 1924.
Una novela magnífica.
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