Un vaso de cólera

Él y ella. Ella y él están ligados tanto por su mutua atracción erótica, como por su cólera, su bronca, en sus discusiones político-filosóficas, en las que interviene la razón, y aún más, como en la cama, la pasión; la dominación, el sometimiento; machihembrados. La discusión (La bronca) ocupa la mayor parte del libro, y está organizado en una sola oración, interminable, llena de furia, en la que los diálogos se van intercalando con el flujo mental de él: si, es una obra falocéntrica; él, escéptico, ella, idealista. ¡Fascista! ¡Intelectualilla de mierda! ¡Impotente! ¡Puta! La discusión es fogosa, irritante, exasperante; cualquier intención de intervenir para ordenarla sería despreciada y expulsada; fogosa, fuego al que endiosan y necesitan. También los poetas, que lo ignoran, contribuyen, a esta guerra-juego, como se señala en la nota final: “Quémame, lengua de fuego”; “transfórmame en tus brasas”; “fuego (espíritu) violento y dulcísimo” (Jorge de Lima, “Espíritu paráclito”). Y “Caigan ciudades, sufran los pueblos, cesen la libertad y la vida”; “cuando el rey de marfil está en peligro, que importan la carne y los huesos de las hermanas y de las madres y de los niños”; “nada pesa en el alma que a lo lejos mueran hijos” (Fernando Pessoa, "Escuché que en otro tiempo, en Persia”). No logré sintonizar con esta pasión que vincula la política-filosofía, la dominación y el erotismo. No sé como puntuar ni terminar esta reseña. Fin.