Un duelo inusual

Mojisola y Titus, en Ciudad del Cabo, reciben la terrible noticia de la muerte de su hija, ocurrida en Johannesburgo. Yinka se había ido de casa, peleada con sus padres, y desde entonces los contactos habían sido escasos y sólo formales. Los padres, comenzarán a cambiar y a distanciarse, agobiados por el duelo, como es frecuente en estas situaciones. Y mientras Titus se hunde en la melancolía, Mojisola se muda al departamento de Yinka: quiere saber mejor quien era su hija y aclarar las razones de su suicidio. Toda la primera parte, en la que Mojisola, avanza en su búsqueda sin detenerse ante nada y queriendo saber todo, me pareció un abordaje muy diferente e interesante; casi una ruptura de todo lo que se consideraría normal o habitual en este tipo de historias. Y no es que haya una negación del dolor: está ahí y se siente. Pero un poco después de la mitad, la historia empieza a desbarrancar, incluyendo una cuasi apología, innecesaria, de las prácticas sadomasoquistas "cuidadas" (una especie de Marqués de Sade pasteurizado), y con argumentos remanidos: "Nosotros tenemos una moral mayor que muchos de los hipócritas que nos critican".(Acá se escucha la risa burlona de Sade). Aparecen algunos flashes que insinúan inteligencia y originalidad, así como intentos por recuperar el eje de la historia, que sólo logran alargar la novela. No es cuestión de compensar; a veces hay que recortar. Una vez más, aparece la importancia de los editores, o los consejeros. Una pena.